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La buena y la mala sobre las convulsiones por fiebre

Continuando con el tema de la fiebre, qué tal si discutimos algunas realidades sobre las temidas convulsiones febriles.

La primera es una mala noticia. Sí, la fiebre puede ocasionar que un niño convulsione. Y lo triste del asunto es que no podemos detectar qué niño podría hacerlo. No tenemos ningún examen de laboratorio ni tamizaje que nos ayude. Lo mejor que podemos hacer es interrogar si existe algún familiar cercano que haya convulsionado.

La segunda realidad es decepcionante: los medicamentos para la fiebre no sirven para prevenir convulsiones. Esto es difícil de creer, de entender y/o de aceptar, pero es cierto. Se han realizado estudios usando de manera preventiva ibuprofeno, diclofenaco, paracetamol, o uno después del otro, y se ha visto que los niños convulsionan igual que si sólo se les dan cuando les detectan la fiebre o se sienten mal. Sólo los medicamentos antiepilépticos pueden reducirlas y esos no se los podemos recetar a cualquier niño por sus posibles efectos secundarios.

Ahora sí viene la buena noticia. Aunque las convulsiones febriles simples son aterradoras, en realidad son inofensivas. No causan daño cerebral ni problemas de aprendizaje. Cierto, es un susto que te queda grabado para siempre, pero hasta ahí llega. Por supuesto que todo niño a quien le pase debe ser checado para asegurarse que la causa haya sido sólo la fiebre.

¿Qué nos queda?

Entender que cualquier niño podría convulsionar con fiebre. Aceptar que los medicamentos para la fiebre no las evitan. Aprender primeros auxilios para saber qué hacer. Y centrarse en la causa de la fiebre y la causa de la convulsión.

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¿Dar agua a los bebés?

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Un bebé de 10 días de vida es llevado a consulta. Todo está bien pero es el primer hijo y la mamá tiene muchas dudas. La abuela materna acompaña a la mamá. La paterna también va, ¿por qué no? También es el primer nieto y todos cuidan de él.

La mamá pregunta si el bebé puede tomar agua. El pediatra le dice que no, que de preferencia sólo leche durante los primeros 6 meses. Inmediatamente se voltean a ver las abuelas. «Estos médicos tan caprichosos de hoy en día.»

No es capricho. De verdad. No me regañen. Denme oportunidad de explicar el porqué.

Primero, los bebés no necesitan agua aparte de la que reciben en la leche. Así de sencillo. Toda la que requieren para mantenerse bien hidratados (claro, sin tener diarrea ni vómito) viene de ahí.

¿Qué pasaría si le dan un poquitito de agua? Probablemente nada. Pero, si se le da de más… y nunca sabemos qué cantidad de agua será demasiada en cada bebé… tendremos problemas. Esto incluye diluir la fórmula «para que se llene».

Normalmente el riñón, amo y señor de la regulación de los electrolitos, mantiene un delicado equilibrio en nuestro cuerpo. Sin embargo, en las primeras semanas aún está inmaduro, por decirlo de alguna forma. Aún no tiene la capacidad que tendrá más adelante en la vida.

Si el bebé toma un exceso de agua el riñón intentará eliminarla a través de la orina. Si no lo logra, será como «diluir» los electrolitos que tenemos en la sangre. De esta manera, la concentración del sodio en el cuerpo podría disminuir. Peor aún, con el afán de tratar de sacar más agua el riñón pudiera incluso expulsar sodio para con ello «jalar» agua hacia el exterior. Esto reduciría aún más la concentración de sodio.

¿Y qué pasa si la concentración de sodio disminuye? El bebé podría tener alteraciones en el comportamiento o hasta convulsionar.

Afortunadamente esta situación es rara. Pero como vemos, la recomendación no es un capricho. Los bebés sanos deben tomar sólo leche. Y si es materna, mucho mejor.

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Los beneficios de la fiebre

«¿Beneficios?, ¿Quéee?»

Me imagino que ésa es la primera reacción de la mayoría al leer el título. Antes de que cunda el pánico, vamos respirando hondo y abriendo nuestra mente. Si la fiebre la hemos padecido por miles de años… si los animales también la padecen… si se trata de una respuesta bajo control de nuestro organismo para combatir infecciones… entonces, tal vez no sea tan mala.

Hay razones variadas por las cuales existe el miedo a la fiebre: el miedo a las convulsiones o a que produzca daño cerebral. Pero en realidad, la fiebre por sí sola no hace daño. Es sólo una señal de que algo está pasando. El verdadero problema es qué es lo que causa la fiebre.

Creo que es entendible el miedo que existe. Y mi impresión es que radica en experiencias vividas hace décadas. En tiempos antes de las vacunas, era frecuente que la fiebre fuera causada por infecciones graves, como la famosa meningitis. Dos de las bacterias que causan meningitis son el H. influenzae (que es diferente al virus de la influenza) y el neumococo. En 1998 se inició la vacunación en México contra el H. influenzae y algunos años después se inició contra el neumococo, y con ello, las meningitis bacterianas son cada vez más raras. Pero sigue el recuerdo de aquellos días. La meningitis da fiebre y también puede provocar convulsiones y hasta daño cerebral, entonces se hacía la asociación: «la fiebre provoca convulsiones y daño cerebral», cuando en realidad era la meningitis la causa de esto.

De nuevo, lo más importante es saber qué es lo que provoca la fiebre. Si la fiebre se debe a una infección de oído o a una infección urinaria, el tratamiento principal debe estar enfocado a esas enfermedades. Y la decisión de tratar o no la fiebre debe hacerse según cómo se sienta el niño. Si el niño se siente mal al tener fiebre, claro que podemos darle algún medicamento como paracetamol o ibuprofeno. Lo principal es hacerlo sentir bien, no tanto el numerito del termómetro.

Volviendo al título de esta entrada, ¿realmente existe algún beneficio? La respuesta corta es que sí. La fiebre es un mecanismo de defensa de nuestro cuerpo. Es un mecanismo de defensa bajo control de nuestro termostato (el hipotálamo). Poco a poco se ha ido descubriendo cómo es que ayuda. Y hasta se ha podido visualizar cómo cambia nuestro cuerpo al aumentar la temperatura para combatir las infecciones.

Ahora, hay que aclarar que aún cuando la fiebre sí nos ayuda, tratarla no significa que tardaremos más en aliviarnos. Volvemos a lo mismo. Si nos sentimos mal con la fiebre sí podemos usar un antipirético.

La fiebre, como lo hemos estado repitiendo, es un signo de algo, y presentarla NO es normal. Cuando alguien tiene fiebre debe ir a consulta para saber cuál es la causa. Y si después de ver al doctor pasara que el niño sigue con fiebre, ahí debemos cambiar la pregunta que normalmente hacemos:

“Dr., mi hijo sigue con fiebre, ¿qué más le puedo dar?” ⇐ esto está enfocado a bajar la fiebre únicamente. Esto invita a usar uno, dos, tres o más medicamentos hasta bajar el número del termómetro. Esto puede llevar a errores en dosis y aumento en los efectos secundarios de los antipiréticos. ¿Y cómo se siente el niño? ¿Ha mejorado? ¿Se han agregado síntomas?

Mejor, deberíamos de preguntar así:

“Dr., mi hijo sigue con fiebre, ¿lo seguimos vigilando o necesitamos hacer algo más para confirmar qué la está provocando?” ⇐ aquí estamos conscientes de que lo importante es la causa. Si sigue con fiebre, hay que indagar si es la evolución esperada o si se necesita investigar más para confirmar la causa.

Éste es un tema extenso, que puede ser controversial y provocar emociones intensas. Lo más sano es mantener una buena comunicación entre pediatra y paciente (o papá y mamá del paciente). Los invito a platicarlo con su médico, y aquí les dejo con esta presentación donde vienen todas las referencias al respecto.

Los ¿beneficios? de la fiebre 2011

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Las temidas convulsiones por fiebre

Entre el 2% y el 5% de los niños entre las edades de 6 meses y 5 años pueden llegar a tener una crisis convulsiva asociada a fiebre (debe ser temperatura igual o mayor a 38°C). Estos episodios son aterradores, pero generalmente son inofensivos.

Las convulsiones febriles son espasmos musculares involuntarios que ocurren en niños que tienen aumento rápido de la temperatura corporal.

Inicialmente, el niño puede verse extraño, luego su cuerpo se pone tieso, o puede presentar movimientos repetitivos de brazos y piernas y la mirada “se pierde”. Durante la convulsión el niño (a) no responderá al llamarle, en ocasiones puede dejar de respirar por unos segundos, la piel puede verse más pálida u oscura de lo normal, y puede vomitar, orinar o defecar. Generalmente, estas convulsiones duran menos de un minuto, aunque en raras ocasiones pueden durar hasta 15 minutos. Posterior al evento, el niño puede parecer confuso o somnoliento. Usted puede dejar dormir al niño, pero debe vigilarlo.

Si su hijo (a) presenta una convulsión asociada a fiebre, debe actuar de inmediato para que no se haga daño:

  • Mantenga la calma.
  • Coloque al niño en el piso o en la cama, aleje objetos duros o puntiagudos.
  • El niño no debe ser aguantado o restringido durante la convulsión.
  • No ponga nada dentro de la boca del niño; el niño NO se tragará la lengua, y objetos colocados en la boca pueden romperse y después obstruir la vía aérea.
  • Voltee la cara del niño hacia un lado para que la saliva, o si se presenta vómito, puedan drenar fuera de la boca.
  • Observe las características del evento, y si es posible, su duración.
  • Llame a su pediatra.

Las convulsiones febriles pueden asustar, pero generalmente NO producen ningún problema a largo plazo, como daño cerebral, retraso mental, o problemas de aprendizaje.

El riesgo de volver a presentar una convulsión febril varía según la edad, y son más frecuentes si existe algún antecedente en la familia.

Aproximadamente el 50% de los niños que convulsionan por fiebre antes del año de edad tendrán otro episodio. El riesgo disminuye al 30% si convulsiona por primera vez después del año de edad. El riesgo de desarrollar epilepsia en estos niños NO es mucho mayor que el de la población en general.

 

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