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Enfermedades

No, probablemente no tienes fiebres

Si en algún momento te han dicho que tienes positivas las “fiebres”, y sobre todo si te lo han dicho varias veces, lo más probable es que estés completamente sano.

Las famosas reacciones febriles son pruebas que tratan de diagnosticar infecciones como fiebre tifoidea, brucelosis, e infecciones transmitidas por garrapatas. Aunque tienen el común denominador de producir fiebre, estas enfermedades pueden ser difíciles de detectar porque sus síntomas son variados. Y la cosa se pone más difícil porque son bacterias difíciles de cultivar. Por eso un método diagnóstico rápido suena atractivo.

El problema con las reacciones febriles es que son sumamente inexactas. Por un lado, te pueden salir positivas sin que estés enfermo. Pueden tener reacciones cruzadas con otras infecciones hasta por virus o por parásitos, o te pueden salir positivas si en algún momento estuviste en contacto con bacterias similares sin aparentemente estar enfermo o si tienes ciertas enfermedades inmunológicas o hepáticas. Y, por otro lado, te pueden salir negativas aun estando enfermo si tomaste antibióticos recientemente, o si usas medicamentos como esteroides, o si te las hacen muy temprano en la enfermedad. Para llegar a un diagnóstico se requiere correlacionar los síntomas con el aumento en los títulos de las reacciones febriles en dos o más tomas separadas. Esto a veces no es práctico porque si la sospecha es alta se debe iniciar tratamiento rápido.

Algo que complica el asunto es que algunos laboratorios incluyen estos exámenes en sus “paquetes”. Y ahí puedes pensar, si por el mismo precio me van a hacer más análisis, pues mejor. Pero no, si no tienes síntomas ni factores de riesgo las reacciones febriles no tendrán ningún valor diagnóstico. Y hacer un diagnóstico erróneo de estas infecciones implica dar antibióticos innecesarios, con sus posibles efectos secundarios, con el costo que implica, y con un aumento en las resistencias bacterianas.

Así que, si alguien te quiere hacer reacciones febriles en un chequeo de rutina, corre y cuéntaselo a quien más confianza le tengas.

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Enfermedades Mitos y realidades

La buena y la mala sobre las convulsiones por fiebre

Continuando con el tema de la fiebre, qué tal si discutimos algunas realidades sobre las temidas convulsiones febriles.

La primera es una mala noticia. Sí, la fiebre puede ocasionar que un niño convulsione. Y lo triste del asunto es que no podemos detectar qué niño podría hacerlo. No tenemos ningún examen de laboratorio ni tamizaje que nos ayude. Lo mejor que podemos hacer es interrogar si existe algún familiar cercano que haya convulsionado.

La segunda realidad es decepcionante: los medicamentos para la fiebre no sirven para prevenir convulsiones. Esto es difícil de creer, de entender y/o de aceptar, pero es cierto. Se han realizado estudios usando de manera preventiva ibuprofeno, diclofenaco, paracetamol, o uno después del otro, y se ha visto que los niños convulsionan igual que si sólo se les dan cuando les detectan la fiebre o se sienten mal. Sólo los medicamentos antiepilépticos pueden reducirlas y esos no se los podemos recetar a cualquier niño por sus posibles efectos secundarios.

Ahora sí viene la buena noticia. Aunque las convulsiones febriles simples son aterradoras, en realidad son inofensivas. No causan daño cerebral ni problemas de aprendizaje. Cierto, es un susto que te queda grabado para siempre, pero hasta ahí llega. Por supuesto que todo niño a quien le pase debe ser checado para asegurarse que la causa haya sido sólo la fiebre.

¿Qué nos queda?

Entender que cualquier niño podría convulsionar con fiebre. Aceptar que los medicamentos para la fiebre no las evitan. Aprender primeros auxilios para saber qué hacer. Y centrarse en la causa de la fiebre y la causa de la convulsión.

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Prevención

Multas para prevenir enfermedades o accidentes

La implementación de comportamientos para prevención en salud es difícil porque todos percibimos los riesgos de manera distinta y a veces ilógica. Manejamos hablando por celular o chateando porque no sentimos que aumente el riesgo de un accidente automovilístico. Peor aún, la conducta de avisar dónde hay retenes en las noches para que no te “agarre el alcoholímetro” es una clara muestra de que no se percibe el peligro de manejar bajo los efectos del alcohol. Por eso tampoco usamos casco, ni subimos a los puentes peatonales, ni usamos cinturón de seguridad, ni condón para prevenir infecciones transmisibles o embarazos no planeados. Igualmente, hay personas que dejan de vacunar porque sienten que esas enfermedades ya ni existen (paradójicamente, ya no las vemos gracias a las vacunas).

Una de las maneras de forzar al público a que tome actitudes preventivas es multando. Las leyes de tránsito en casi todo el mundo incluyen multas por no usar cinturón, por manejar alcoholizado, por no usar casco, etc. Siguiendo esta lógica, y debido a las recientes epidemias de sarampión, Italia y Alemania comenzarán a multar a las familias que no vacunen a sus hijos por creencias personales. En el 2016, después de una epidemia de sarampión en Disneylandia, en California se tuvo que aprobar una ley que obliga a cumplir con la cartilla de vacunas para que los niños puedan asistir a las escuelas. Esto ayudó a que la tasa de vacunación aumentara en el siguiente ciclo hasta niveles que no veían desde el 2001.

Qué diferente es en nuestro estado. El viernes pasado, el DIF Sinaloa lanzó una campaña donde se entregaron unas cunas de cartón que incluían (además de otros beneficios) una cartilla de vacunación y al parecer se les entregará un “premio” cuando las familias regresen a los 6 meses con sus vacunas completas. No está definido cuál será el incentivo, pero la estrategia está clara, en vez de multar o imponer se está tratando de dar retroalimentación positiva para mantener las buenas coberturas de inmunización en las comunidades rurales. Ojalá la Secretaría de Salud considere acciones similares en los entornos urbanos donde al parecer hay mayor rechazo hacia las vacunación.

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Noticias

¿El antídoto contra la charlatanería en salud?

¿A cuántas afirmaciones sobre tratamientos te enfrentas a diario? En la TV, Lolita Ayala te recomienda tal suplemento para aumentar tu energía. En Facebook, tu amigo acaba de compartir que tal alimento te protege contra el cáncer. En YouTube, un grupo de personas exhorta a todos a probar una nueva terapia de masajes. En la vida real, la comadre jura que tal ungüento le ha servido para su artritis, aunque el doctor le recomienda mejor tal medicamento.

Poder obtener, procesar, entender y evaluar la validez de información en salud, lo cual se conoce como ‘Alfabetización en salud’, ayuda a las personas a tomar mejores decisiones. Esto cobra aún mayor importancia en países donde los recursos son limitados y las personas no pueden aventurarse a gastar en cualquier tratamiento.

La mayoría de la información de salud que se nos presenta por doquier ofrece instrucciones o afirmaciones, con un poco de teoría del porqué hacerlo. De igual forma, la educación en ciencia o en salud que se imparte en las escuelas se enfoca a memorizar datos y no tanto a fomentar un pensamiento crítico.

Es por eso que el estudio recién publicado en la revista The Lancet es importante. En él se demuestra que en las escuelas se puede enseñar a niños desde los 10 años a evaluar afirmaciones sobre tratamientos mediante una intervención educativa enfocada en 12 conceptos claves que incluyen que las anécdotas no son evidencia confiable, los nuevos o más caros tratamientos no son necesariamente mejores, la importancia de los conflictos de intereses, y la necesidad de tener comparaciones imparciales y justas de tratamientos.

El estudio se realizó en Uganda, donde se dividieron a 120 escuelas y más de 10,000 niños en dos grupos: en unas escuelas se implementó esta herramienta educativa (la cual incluía historietas y ejemplos de la localidad como la idea de que el estiércol de vaca cura las quemaduras). En las otras escuelas, el grupo control, no hubo modificaciones en el currículum.

Al término del ciclo escolar, el 69% de los alumnos de las escuelas con la intervención tuvieron calificaciones aprobatorias para poder evaluar afirmaciones sobre tratamientos, comparado con sólo el 27% de los alumnos de las otras escuelas.

Tanto este estudio como otro sobre podcasts dirigidos a los papás forman parte de un proyecto llamado “Decisiones de salud informadas”, el cual se lleva a cabo en Uganda, Kenia, Ruanda, Noruega, y con quienes estamos colaborando en el Hospital Pediátrico de Sinaloa desde hace más de un año. La idea es unirnos a estos esfuerzos para mejorar el alfabetismo en salud. El primer paso fue traducir y validar los materiales. El siguiente paso es hacer un diagnóstico local y nacional para ver nuestro nivel de comprensión de esos 12 conceptos clave y finalmente implementar las herramientas educativas más apropiadas para nuestra población.

En una era donde Facebook y Google nos atiborran de información sobre tratamientos y sobre la salud en general, estas habilidades son de crucial importancia para tomar mejores decisiones.

El Dr. Giordano Pérez Gaxiola es pediatra. Dirige el Centro Colaborador Cochrane del Hospital Pediátrico de Sinaloa y consulta en Pediátrica. La opinión expresada en este artículo es personal y no necesariamente refleja los puntos de vista de las instituciones en las que labora.

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Mitos y realidades

No, la vacuna del sarampión no causa autismo

El día de ayer 14 de mayo, hace 221 años, el Dr. Edward Jenner aplicó la primera vacuna para proteger a un niño contra la viruela. Esta enfermedad, diferente a la varicela, tenía una mortalidad mayor al 30% y gracias a la vacuna se declaró erradicada de la faz de la Tierra en 1980. Así como pasó con la viruela, hoy en día ya no vemos pacientes con tétanos, con difteria o con sarampión. Pero este último padecimiento ha tenido un resurgimiento terrible en la última década debido a un mito que parece perpetuarse.

En estos momentos, en Estados Unidos, específicamente en Minnesota, están lidiando con la peor epidemia de sarampión desde hace más de 30 años, debido a que una comunidad de inmigrantes proveniente de Somalia fue convencida de que la vacuna causa autismo. En Rumania llevan más de 3000 casos con 17 muertes desde el año pasado.

Me frustra tener que seguir escribiendo sobre lo mismo pero en vista de lo que ocurre en otros países, y en vista de que en nuestra ciudad existe un rechazo considerable a la vacunación en algunos sectores, y en vista de que he oído que algunas instituciones privadas, civiles o religiosas recomiendan –sin tener ninguna evidencia científica – que les retrasen las vacunas a los niños, aquí va de nuevo la historia:

Una serie de 12 casos fue publicada en The Lancet en 1998. En ella se reportaba una supuesta asociación entre la vacuna triple viral (la cual contiene la vacuna del sarampión) y un “nuevo síndrome” de autismo y enfermedad gastrointestinal. Dicho artículo fue retractado por un desvergonzado fraude del autor y ahora ex-médico Andrew Wakefield. Desde entonces, se han realizado al menos 17 estudios, en siete países distintos, con cientos de miles de niños, e incluso valorando a pacientes con un riesgo mayor de autismo, y en todos se llega a la misma conclusión: la vacuna del sarampión no causa autismo.

El sarampión es una enfermedad particularmente contagiosa. En epidemiología existe un índice llamado R0 que indica cuántas personas, en teoría, pueden infectarse a partir de un paciente. Para darnos una idea de la magnitud, el ébola tiene un R0 de 2, es decir, una persona con ébola (una enfermedad que se transmite por contacto con fluidos corporales) contagia alrededor de 2 personas. Un paciente con influenza puede contagiar a 2-3 personas. Uno con VIH a 4. En cambio, alguien con sarampión (una infección que se transmite por aire) puede contagiar alrededor de 18 personas susceptibles. Y lo peor de todo es que es potencialmente mortal y tenemos una vacuna efectiva y segura que la previene.

En México no tenemos ningún caso local de sarampión desde hace más de 10 años. Tuvimos una niña que se contagió en Disneylandia hace dos años, pero gracias a la buena cobertura de vacunación no se dispersó la enfermedad. Sin embargo, si seguimos creyéndole al Dr. Facebook será cuestión de tiempo para que nos afecte como a otros países. No dejemos que eso pase. Así que repitan conmigo: No, la vacuna del sarampión no causa autismo.

El Dr. Giordano Pérez Gaxiola es pediatra. Dirige el Centro Colaborador Cochrane del Hospital Pediátrico de Sinaloa y consulta en Pediátrica. La opinión expresada en este artículo es personal y no necesariamente refleja los puntos de vista de las instituciones en las que labora.

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Mitos y realidades Niño sano

Las dos caras de la moneda de chicle

Se acerca el Día del Niño. En mis tiempos, eso representaba un día de festejo en la escuela donde podías ir vestido sin uniforme. Con suerte, salías con dulces. Ahora es diferente. Muchas escuelas tienen toda una semana de festejos. Cuánta diversión. Y aunque vivamos en una sociedad supuestamente más consciente en cuanto a la alimentación, las pachangas infantiles todavía están llenas de golosinas.

Hoy nos enfocaremos en una en particular: el chicle. ¿Qué me dirían si yo, como pediatra, le recetara chicles a un paciente en particular? Antes de que me griten, vamos viendo las dos caras de la moneda… de chicle.

Por un lado, la goma de mascar, por increíble que parezca, se ha asociado a ciertos beneficios en la salud: ayuda en la recuperación intestinal después de algunas cirugías como la cesárea; puede ayudar a personas que quieren dejar de fumar; y los chicles con xilitol, sin azúcar, podrían reducir las infecciones de oído e incluso las caries en ciertos niños.

Por otro lado, el consumo excesivo de chicles con azúcar provoca caries. Entonces, de primera instancia, eso es lo que tenemos que evitar, o al menos limitar.

¿Y qué hay de aquella leyenda de que si te tragas los chicles se te pegan en los intestinos? Los pocos reportes que hay al respecto son en pacientes con factores de riesgo y con una exageración de chicles consumidos.

Existe el caso de un niño de casi 5 años que tenía estreñimiento severo. Como parte de su tratamiento, al niño lo empezaron a premiar dándole dicha golosina cada vez que se sentaba y lograba evacuar. El niño empeoró de su problema y no sabían por qué. Tuvo que ser operado y, efectivamente, se encontraron con una tumoración de heces duras revueltas con goma de mascar. Al interrogar de nuevo tanto a los padres como al niño, se dieron cuenta que masticaba y tragaba entre 5 y 7 chicles al día.

Otro caso es el de un niño de un año y medio a quien le extrajeron del esófago por endoscopía un montón de chicles y ¡varias monedas! No monedas de chicle, dinero de verdad, de metal. Los padres dijeron que hacía mucho que le daban chicles a pesar de su corta edad.

Pero la realidad es que, aunque es cierto que son difíciles de digerir, el riesgo de tener una obstrucción intestinal por deglutirlos es sumamente bajo. Yo creo que el decirle al niño que no se lo vaya a tragar porque se le va a pegar en la panza es simplemente una manera de asustarlo para que no esté comiendo tantos chicles, similar a cómo los espantamos diciéndoles que si se meten al agua después de comer se van a ahogar.

Habiendo dicho esto, y como todo en la vida, nada con exceso. Los chicles se pueden dar a niños que pueden masticarlos, sin tragarlos, de preferencia en una cantidad limitada, y sin azúcar.

El Dr. Giordano Pérez Gaxiola es pediatra. Dirige el Centro Colaborador Cochrane del Hospital Pediátrico de Sinaloa y consulta en Pediátrica. La opinión expresada en este artículo es personal y no necesariamente refleja los puntos de vista de las instituciones en las que labora.

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Mitos y realidades

Acabas de comer, ¡no te metas a la alberca!

Se avecina Semana Santa. Ya podemos visualizarnos disfrutando del sol en la playa. Claro, aún con la diversión en mente, tomaremos todas las medidas de prevención de salud recomendadas tanto para adultos como para los niños: aprenderemos primeros auxilios antes de las vacaciones, llevaremos un botiquín, aplicaremos bloqueador solar de 30fps o más por lo menos 15 minutos antes de entrar a la alberca, evitaremos el sol directo entre las 11 am y las 3 pm, cuidaremos de los niños en todo momento, etc. Por supuesto que haremos todo eso, ¿verdad?

¡Ah! y también recomendaremos que nadie se meta al agua después de comer, ¿cierto?
¡Oh! pero este último mensaje es erróneo. Es un mito.

El cuerpo es una máquina bien regulada y eficiente. Según la actividad que se esté realizando, el cerebro coordina el flujo de sangre a los diferentes órganos, dándole prioridad a los que estén participando en ese momento. Por ejemplo, cuando alguien corre, existe un mayor flujo de sangre en los músculos y menos en el aparato digestivo. Cuando alguien come, hay mayor flujo hacia el intestino, y menos en los músculos. Por esta razón se cree que si nos metemos a nadar después de comer, los músculos no estarán preparados, nos dará un calambre, y nos ahogaremos.

Pero ésa no es la realidad. Los calambres, incluso en nadadores o atletas están más relacionados al ejercicio extenuante que a haber comido antes. De hecho, no hay reportes de personas ahogadas simplemente por un calambre. Aún en esa situación la persona podría nadar. Las academias de pediatría y la Cruz Roja ni siquiera emiten recomendaciones directas acerca de tener que esperar un tiempo específico después de comer para entrar a la alberca. En cambio, hay factores de riesgo que verdaderamente aumentan la posibilidad de un ahogamiento como la ingesta excesiva de bebidas alcohólicas.

Claro, el sentido común no se puede dejar a un lado. Si acabamos de comer en exceso al grado de quedar inflados como ‘bobitos’, como solemos hacer en las vacaciones, no sería prudente querer nadar desde la playa de Mazatlán hasta la Isla de Venados. Pero tal vez sí podamos permitir a los niños disfrutar cada uno de los preciados segundos dejándolos entrar al chapoteadero después de haberse comido medio taquito de carne.

El Dr. Giordano Pérez Gaxiola es pediatra. Dirige el Centro Colaborador Cochrane del Hospital Pediátrico de Sinaloa y consulta en Pediátrica. La opinión expresada en este artículo es personal y no necesariamente refleja los puntos de vista de las instituciones en las que labora.