Nunca me han gustado los cohetes. La razón tal vez sea que uno de mis primeros recuerdos sobre esto es el de un primo mío a quien se le encendió la camiseta al estar jugando con una luz de bengala. No teníamos ni 8 años cuando esto sucedió. A final de cuentas no le pasó gran cosa, sólo algunas quemaduras muy superficiales. Pero aún siendo niño capté lo grave que pudo haber sido. Lo peor de todo es que eran mis tíos y mis primos mayores los que nos estaban «enseñando» a tronar «palomas» y a jugar con estas luces.
La mayoría de las tradiciones son bonitas. Pero algunas, aún cuando se hayan venido repitiendo por décadas, deben extinguirse. Tronar cohetes es una de ellas. Año con año, al acercarse la Navidad y el Año Nuevo, y sin ningún tipo de regulación, comienzan las ventas de cohetes en todo el país . Y año con año comienzan a llegar niños quemados al hospital.
En Estados Unidos, en un periodo de 13 años, se registraron más de 85,000 lesiones en niños causadas por algún tipo de pirotecnia. No puedo imaginarme cuántas lesiones han ocurrido aquí en México.
Los fuegos artificiales pueden llegar a ser espectaculares (como se puede ver en la foto). No me refiero a esas explosiones de colores en el cielo. Es muy distinto un show en un ambiente controlado, con personas expertas planeando el escenario y con el público a una distancia segura, en comparación a estarle prendiendo fuego a un cohete en la mano de un niño de 6 años y explicándole que lo tiene que lanzar antes de que le destruya su extremidad. ¿Cuál es el atractivo ahí? ¿Oír qué tan fuerte truena y quién se asusta?
Mejor vamos haciendo seguras nuestras fiestas decembrinas. Vamos fomentando la prevención de accidentes. Vamos disfrutando a la familia.
Y de disparar armas de fuego al aire… mmm… es algo tan estúpido que no quiero desgastarme tecleando. Como quiera que sea, no creo que ninguna persona que acostumbre esto tenga la cultura de leer, y menos que sea lector de este blog.