Nuestra salud es una de las cosas más valiosas que tenemos. Y en la búsqueda del bienestar, en ocasiones podemos estar tentados en probar remedios o tratamientos poco convencionales o que no tienen pruebas de su eficacia. Con esto en mente, les queremos compartir unas palabras de la Dra. Harriet Hall, una de las escritoras del blog «Medicina basada en la ciencia«:
¿Cómo puede saber si un tratamiento médico realmente funciona? Si todos dicen que sí sirve, y si le sirvió a tu tía María, y si tú lo usas y tus síntomas desaparecen, entonces puedes asumir que el tratamiento funciona, ¿cierto?
No, no puedes hacer esa aseveración porque algunas veces nos equivocamos. Durante siglos, doctores usaron sanguijuelas y lancetas para librar a pacientes de su sangre. Ellos SABÍAN que hacerles esa sangría funcionaba. Todos decían que servía. Cuando tenías fiebre y el doctor te dejaba sangrar, mejorabas. Todos sabían de un amigo o un conocido que había estado a punto de morir hasta que la sangría lo curaba. Los doctores podían mencionar miles de casos existosos.
Todas esas personas estaban equivocadas. Cuando George Washington sufrió de una fuerte infección en la garganta, sus doctores le quitaron tanta sangre que su cuerpo debilitado nunca se recuperó, y murió. Finalmente nos pusimos a evaluar la eficacia de las sangrías y nos dimos cuenta que provocaban mucho más daño que beneficio. Los pacientes que mejoraban lo hacían A PESAR de la sangría, y no debido a ella. Y algunos pacientes murieron de manera innecesaria como George Washington.
También los doctores modernos algunas veces se equivocan. Hace poco, médicos realizaban una cirugía para en la cual ligaban arterias de la pared del pecho para dirigir más sangre al corazón. Esto con el fin de dar más oxigeno a un corazón cuyas arterias estaban obstruidas. Su índice de exito era un impresionante 90%. Un listo doctor llamado Leonard Cobb quiso asegurarse e hizo un experimento en el que se hacía la incisión en el pecho y luego se cerraba sin hacer absolutamente nada. Él descubrió que ¡el mismo número de pacientes mejoraban después de esta cirugía falsa! Los médicos dejaron de realizar esta operación.
¿Cómo pudieron estar equivocadas tantas personas? ¿Cómo pudieron creer que algo les había ayudado cuando en realidad les había hecho más daño que bien? Hay muchas razones por las cuales la gente puede creer que un tratamiento inefectivo funciona:
1. La enfermedad pudo haber llevado su curso natural. Muchas enfermedades son autolimitadas. La capacidad natural del cuerpo para curarse restaura la salud de las personas después de un tiempo. Un resfriado desaparece más o menos en una semana. Para saber si un tratamiento para el resfriado sirve se necesita tener registros de éxitos y de fracasos en un gran número de pacientes para encontrar si realmente mejoraron más rápido con el remedio que sin él.
2. Muchas enfermedades son cíclicas. Los síntomas de cualquier enfermedad pueden fluctuar en el tiempo. Todos conocemos que personas con artritis tienen días buenos y días malos. El dolor empeora por un rato y luego mejora por otro rato. Si se usa un remedio cuando el dolor es peor, tal vez estaba a punto de empezar a mejorar de todas formas, y el remedio recibe un crédito que no merece.
3. Todos somos sugestionables. Si nos dicen que algo dolerá, es más probable que lo hará. Si nos dicen que algo nos hará sentir mejor, probablemente lo hará. Todos sabemos esto: es por eso que besamos las raspaduras y los golpes de nuestros niños. Es probable que nos ayude cualquier cosa que nos distraiga para no pensar en nuestros síntomas. En algunos estudios científicos que comparan un tratamiento real con una pastilla de azúcar (placebo) se ha observado que hasta el 35% de las personas que toman la tableta de azúcar mejoran. El tratamiento real debe ser mucho mejor que eso para que podamos pensar que es efectivo.
4. Pudo haber 2 tratamientoes y se llevó el crédito el equivocado. Si tu doctor te da una píldora y también tomaste un remedio casero, podrías darle el crédito al remedio de casa. O tal vez algo más cambió en tu vida en ese momento que ayudó a tratar la enfermedad y ésa fue la verdadera razón por la cual mejoraste.
5. El diagnóstico original o el pronóstico pudo ser incorrecto. Mucha gente que se supone que se curó de un cáncer, realmente nunca lo tuvo. Los médicos que dicen a un paciente que sólo tiene 6 meses para vivir están adivinando y pueden estar equivocados. Lo mejor que pueden hacer es decir que los pacientes con esa condición viven en promedio 6 meses, pero eso significa que muchas personas viven más.
6. Una mejoría temporal del estado de ánimo puede confundirse con una curación. Si el doctor te hace sentir optimista y con esperanza, puedes sentirte mejor sin que tu enfermedad haya realmente cambiado.
7. Necesidades psicológicas pueden afectar nuestro comportamiento y nuestras percepciones. Cuando alguien quiere convencerse de que ayudó, tal vez se convenza sin que realmente sea cierto. Se sabe que gente niega los hechos: por ejemplo, pueden negar que el tumor ha seguido creciendo. Si han invertido tiempo y dinero no quieren aceptar que lo han desperdiciado. Vemos lo que queremos ver; recordamos lo que quisiéramos que hubiera pasado. Cuando un doctor es sincero al tratar de ayudar al paciente, el paciente siente una obligación social de satisfacer al doctor al mejorar.
8. Confundimos correlación con causalidad. Sólo porque un efecto sigue a una acción no significa que la acción causó el efecto. Cuando el gallo canta por la mañana y luego sube el sol nos podemos dar cuenta que no es el canto del gallo lo que hizo que el sol apareciera. Pero cuando tomamos una pastilla y luego nos sentimos mejor entonces sí asumimos que fue la pastilla lo que no hizo mejorar. No nos ponemos a pensar que pudimos haber mejorado por alguna otra razón. Saltamos y concluimos como el entrenador de pulgas: el hombre entrenó a una pulga a bailar al son de la música. Luego, le comenzó a cortar las patas una por una hasta que ya no pudo bailar. Al final, el hombre concluyó que el órgano del baile de la pulga ¡estaba en las patas!
Entonces, hay muchas formas en las que nos podemos equivocar. Por suerte, existe una manera con la cual eventualmente haremos lo correcto: mediante la evaluación científica. No hay nada misterioso ni complicado acerca de la ciencia: es sólo una caja de herramientas de sentido común para evaluar cosas. Si tú crees que has perdido peso y te subes a la báscula para evaluar tu creencia, eso es ciencia. Si tú crees que tienes un mejor método para cultivar zanahorias, y evalúas tu creencia plantando dos hileras lado a lado, una con el método viejo y otra con tu nuevo método, y observas cuál produce mejores zanahorias, eso es ciencia. Para evaluar medicamentos, podemos repartir al azar a un gran número de pacientes en dos grupos iguales, a uno se les dará el tratamiento y al otro un placebo inerte, como una pastilla de azúcar. Si el grupo que recibió el tratamiento mejora significativamente, el tratamiento probablemente sí funciona.
Jacqueline Jones era una mujer de 50 años que había sufrido de asma desde los 2 años de edad. Ella leyó acerca de un remedio de hierbas milagroso que curaba diversos padecimientos, incluyendo el asma. Asumió que la información era verdad porque incluía numerosos testimonios de gente que había dejado de tomar sus medicinas para el asma. Esa gente SABíA que funcionaba. Ellos los HABÍAN VISTO funcionar. Cansada de los efectos secundarios de los medicamentos convencionales, Jacqueline dejó de usar sus tres inhaladores, esteroids y nebulizador, y comenzó a tomar el suplemento de hierbas. A los dos días se encontró en el hospital.
«Tuve un ataque de asma masivo. Estuve muy enferma en el hospital por 6 semanas, y en esa estancia tuve una inflamación de las capas que cubren a mis pulmones. No podía respirar y mis pulmones estaban tan sensibles que el sólo tocar el área externa se sentía como si alguien me estuviera pateando».
Todas esas personas que dijeron que esas hierbas habían curado su asma estaban equivocadas. Los síntomas del asma fluctúan. Tal vez sus síntomas habrían mejorado de cualquier manera. Cualquiera que sea la razón, el remedio no había sido evaluado científicamente y no era efectivo para tratar el asma, y el creer esos testimonios casi le costaron la vida a Jacqueline.
La próxima vez que un amigo entusiasta recomiende un tratamietno nuevo, piensa que podría estar equivocado. Recuerda a Jacqueline Jones. Recuerda a George Washington. Algunas veces nos equivocamos.